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Seis maneras distintas en que los jóvenes viven la Semana Santa

Algunos viajan, otros se quedan. Unos vuelven a ver las películas de Jesús y otros aprovechan para purificar el alma y —obvio— el cuerpo.

EL CAMPISTA
No está tan misio como para quedarse libando con los patas en una esquina, pero tampoco anda tan forrado de dinero como para desaparecer del mapa durante los feriados. A última hora, El Campista anima a la gente y empaca solo lo necesario para aventurarse a donde lo lleve el bus, a alguna playita o campo en las afueras de Lima.

Por el incierto —y posiblemente peligroso— destino del paseo, El Campista sabe que mientras más amigos vayan, el plan será más rentable (y, de paso, más seguro). Su presupuesto básico no debería exceder las 30 lucas.

EL CHAMBERO
Hicieron sorteo en la empresa y, de todos los empleados, justo a él le tocó quedarse a trabajar. Igual en la universidad: no eligieron mejores días que los de Semana Santa para mandarle a El Chambero el trabajo más largo del semestre y, caballero, él se sacrifica.

Felizmente, nuestro mamerto héroe —o prócer (o mártir)— no malgasta su tiempo y, mientras sus amigos viajeros están inubicables o de reventón, él se lleva la chamba a la casa justo para terminar de hacerla antes de que empiece el infaltable maratón de películas de Charlton Heston.

EL NOSTÁLGICO
Desde chico, El Nostálgico apaciguaba sus berrinches con las eternas repeticiones de “Ben Hur”, “El manto sagrado”, “La Biblia”, “Los diez mandamientos”, “Cleopatra”, “Espartaco” y “La vida pública de Jesús”. Por eso no es raro que ahora sea un apasionado seguidor de las clásicas películas de Semana Santa.

Para que la velada sea igual de “tranqui” e inolvidable, prepara —por vigésimo año consecutivo— una comilona para él solo. Si puede, compra huevos de Pascua y organiza un goloso y unipersonal “hide and seek”.

EL JUERGUERO
Este ejemplar cambia la Semana Santa por la “semana tranca” y protagoniza las borracheras más feas del año. Días antes pide insistentemente a su pareja y amigos que lo acompañen en su perdición por las discotecas de la capital y suele resentirse con los que tienen planes menos alcohólicos.

Usualmente, a El Juerguero le ayuda salir de ronda, porque así olvida que no tiene plata para viajar. Para no sentirse mal, él fabrica su propio Sábado de Gloria y, después de tanto maltrato, tiene un singular Domingo de Resurrección.

EL VIAJERO
Un mes antes de Semana Santa, El Viajero ya sabe en qué hotel se va a hospedar y cuántos “souvenirs” va a comprar porque tiene la cantidad de dinero necesaria para olvidarse del trabajo o de la universidad por unos días. Además, publicita su viaje cada vez que puede. Cuando regresa, los demás preferimos evitarlo, porque si nos agarra desprevenidos tendremos que aguantar sus historias sobre el “lugar más alucinante del mundo”. Pero aunque nos cueste aceptarlo, morimos de envidia por no haber podido disfrutar de un viaje tan bueno como el suyo.

EL RELIGIOSO
El Religioso respeta y cumple con disciplina cada costumbre religiosa de Semana Santa e invita a sus amigos a hacerlo, aunque no le hagan caso. Para él, irse de retiro espiritual es el máximo jolgorio. Su cronograma, evidentemente, no contempla la ingesta de carne roja ni el consumo de música estridente. El Religioso recorre las iglesias el Jueves Santo, participa de los vías crucis y desde el Domingo de Ramos cuelga en su cuarto una tradicional palma. Todos le tenemos cariño porque pide perdón por sus pecados, y también por los de los demás.
El Comercio – Paula Pino Velásquez