El tiempo pasa lento sobre los campos verdes de Pozuzo, sembrados de casas de madera, orquídeas, y dormilonas vacas lecheras. En el pueblo algunas abuelas siguen preparando strukalas (postre típico) con harina y plátanos, mientras sus nietas moldean quesos y envasan miel de abejas.
Pero esta no es solo una calmada colonia austroalemana en la selva central del Perú. Este pueblo de calles ordenadas, silenciosas y prósperas convive con un territorio inexplorado, una selva virgen de ritmos frenéticos y mucha adrenalina. Se trata del Yanachaga Chemillén, uno de los bosques con mayor diversidad biológica en el planeta. El Yanachaga ostenta la máxima categoría en cuanto a reservas ecológicas: Parque Nacional. Pero a diferencia del Manu (su par entre Madre de Dios y Cusco), guarda un perfil bajo, que ha mantenido su frágil ecosistema distante del turismo.
Una de las pocas rutas de acceso en zonas no vulnerables está, precisamente, en Pozuzo. Un desvío —que suele pasar inadvertido— en la carretera que viene de Oxapampa nos introduce en minutos en una selva espesa, húmeda y oscura. El guardaparques Humberto Cristóbal nos recibe en la estación de Huampal para guiarnos por una trocha breve pero accidentada hasta el cañón del río Huancabamba.
La primera indicación de Cristóbal —y la más importante— es prestar atención a los sonidos. Tras cruzar el puente colgante, un silbido corta el rumor de la selva y da la bienvenida. Es la señal para detenerse y mirar en silencio hacia las copas de los árboles, donde el esquivo tunky o gallito de las rocas pasea su plumaje rojo encendido.
Luego, la alerta debe activarse ante cualquier vibración ajena a la música: la sacudida en los árboles (ardilla o mono choro) o el tintineo de campanitas, que indica la cercanía de una serpiente.
La mayoría de la flora y fauna que el Yanachaga alberga en sus 122 mil hectáreas (entre Oxapampa, Pozuzo, Huancabamba y Villa Rica) no ha sido registrada. Se sabe de 59 especies de mamíferos (entre ellos el lobo de río, el oso de anteojos, el otorongo y el mono choro), 427 especies de aves (además del tunky, destacan el águila arpía y el relojero), 16 especies de reptiles, entre ellos el caimán enano y serpientes muy venenosas, como la jergón y la shushupe. Debe considerar este dato para agenciarse de antiofídicos, pues, aunque debieran, los guardaparques del Servicio Nacional de Áreas Naturales no cuentan con ellos.
Al llegar al cañón, unas rocas permiten reposar sobre el tramo más agreste del río y deslumbrarse desde allí con la inmensidad de las montañas verdes. Además de esa escena sobrecogedora, un descubrimiento histórico emociona: parte de la ruta es el sendero que un aguerrido grupo de alemanes y austríacos abrió con machetes y combas en 1859, cuando buscaban Pozuzo, su tierra prometida.
LA COLONIA MADRE
Los habitantes de Pozuzo quieren quitarse el cliché de que visten trajes tiroleses y tocan el acordeón todo el tiempo. Pero lo cierto es que cultivan con esmero —o recrean— las costumbres que hace 150 años trajeron sus antepasados. Más aun, el folclor tirolés, bávaro y renano ha sido bien acogido por quienes no son descendientes de esos míticos colonos: personas de la sierra que migraron más recientemente y nativos yaneshas que habitaron la zona desde el principio de los tiempos.
Por años, la tierra fue generosa con todos ellos. Por eso ahora los pozucinos buscan alternativas para frenar la grave deforestación del lugar. Una de ellas podría ser el turismo ecológico.
¿Cómo llegar a Pozuzo?
Un desvío en la Carretera Central, a la altura de La Oroya, conduce a Tarma en siete horas. De allí, a Chanchamayo hay hora y media, y siete horas más a Pozuzo, pasando por Oxapampa.
Buses: La empresa La Merced ofrece el servicio hasta Oxapampa. De allí parten combis a Pozuzo.
No olvide: ropa para sol y lluvia, bloqueador y repelente.
Intenso latir en la selva alta.
Fuente: Vamos!