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Perú sobre dos ruedas

A veces pienso que tengo el poder de hacerme invisible. Me pasa al usar mi bicicleta de montaña en Lima, cuando salgo a sudar la camiseta o a recorrer sus calles para ir a una reunión. Algo que debe sentir también cualquier peatón cuando tiene que cruzar una calle y los choferes simplemente actúan como si no existiéramos.

Manejar bicicleta en Lima es casi como vivir los San Fermines de Pamplona, la diferencia es que no tenemos miles de personas junto a nosotros que corren delante de una docena de toros bravos, sino miles de carros que manejan pegados sin importarles el personaje con casco que se desplaza sobre dos ruedas.

Aunque la modernidad se impone y es más frecuente ver en nuestras calles personas pedaleando pacífica y saludablemente, Lima debería ser más bicicletera, como ocurre en todas partes del mundo, desde la China hasta Holanda. Su clima no es extremo, prácticamente no llueve y es una ciudad plana, sin cuestas que dificulten la conducción. Además, su uso reduce la contaminación respiratoria y auditiva, y los eternos atascos que llenan nuestras calles; te ayuda a economizar y es una buena manera de mantenerse sano. Lo mismo ocurre en todo el país: tenemos un territorio récord en geografías y zonas de vida y, por lo tanto, de escenarios naturales para practicar un deporte en el que el Perú va a la cola del pelotón de América. Nos lo dice César Ortega, director de Perú Bike: “En nuestro país se importan siete veces menos bicicletas que en Ecuador y 12 menos que en Chile, en gran parte debido a los altos aranceles con que se gravan”.

César nos explica que la práctica de la bicicleta de montaña (MTB) comenzó a mediados de los ochenta en que las bicicletas todavía eran de pista, las famosas ‘spider’. Los viajes al extranjero, sobre todo a EE.UU., las publicaciones que llegaban y el empeño de pioneros como Omar Zarzar, Gustavo Prado, Peter Mogilardi, Ledgard, Yuri Mellet, Negro Fotuno, Málaga o Siete Ratas, introdujeron las primeras montañeras que entonces tenían 12 cambios y ninguna suspensión.

Los aficionados se reunían por barrios y poco a poco abrieron su radio de acción hacia zonas como La Herradura y Pachacámac, destinos clásicos de antes y de ahora. Desde entonces muchas cosas han rodado. Aunque lejos de otros países, desde hace 5 años el Perú no hace sino crecer en la práctica de este deporte a un ritmo del 40% anual en llegada de turistas, sobre todo europeos, canadienses y australianos, y en consumidores de bicicletas. Algunos de ellos haciendo largas rutas, como el legendario Zarzar, director de Ecomontaña, que ha dado cuatro vueltas al Titicaca, ha viajado del Cusco al Manu, de Nasca a Cusco y se ha pasado dos meses pedaleando hasta Brasil. Y otros disfrutando de recorridos diarios de pocas horas en torno a Lima, como el ya clásico Morro Solar en Chorrillos o Pachacámac, Olleros, Totoritas, Mala o El Lúcumo.

Hoy tenemos una amplia oferta de viajes de varios días de duración ofrecidos por diferentes operadores. En estos recorridos se combina el pedaleo con experiencias con poblaciones locales, actividades como caminatas, observación de aves o pesca, hotelería de primer nivel o campamentos. En la zona norte, destacan rutas ‘all mountain’ para todos los niveles en torno a Chachapoyas, Tarapoto y Cajamarca, y los parajes inigualables de los Cerros de Amotape. El circuito central, uno de los preferidos para los aficionados y donde se están desarrollando extraordinarias rutas recorre Pasco, Junín, la selva central, Jauja y el valle del Mantaro. En el sur destacan la reserva Nor Yauyos, el Colca, Puno y Cusco, con rutas que atraviesan enormes bosques de piedra, ‘single track’ en el cañón más profundo del mundo, ‘downhill’ desde los 5 mil metros de altura. Como dice Roberto Vélez, otro grande de este deporte y compañero de ascensiones: “La bicicleta te da un físico envidiable, tienes la oportunidad de disfrutar de libertad plena y de conocer mejor nuestro querido Perú”. Ojalá que ahora que llegan las elecciones, los políticos tengan en su agenda más y mejores carriles para bicicletas, menos aranceles para importarlas y una mirada más sostenible para nosotros y nuestros hijos.

Por: Iñigo Maneiro Labayen – Vamos!