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La casa de Wiracocha en Racchi, Cusco

Racchi Cusco

Los incas edificaron un imponente complejo en Racchi que recordaba al dios Viracocha y la poderosa alianza entre collas y quechuas.

Por: Ricardo Ráez

Collas y quechuas, quechuas y collas, han gobernado durante siglos el sur del Perú. Se trata de dos pueblos mellizos cuya pacarina (lugar de origen) es el lago Titicaca, ese espejo de agua que más parece un pedazo de cielo en nuestra dimensión.

Pachacutec incluyó a los collas en el Tahuantinsuyo, luego de vencer a los chancas y demostrar que contaba con un Estado sólido. La relación fue tensa desde el principio y la región se alzó en armas varias veces. Por ello, era importante demostrar a los pobladores del Collao que la administración inca beneficiaría a esa región. El complejo de Cacha, hoy Racchi, ocupado desde hace 2500 años, y reconstruido en diversas ocupaciones, era un centro que reunía lo más avanzado del Tahuantinsuyo y una importante parada del Qhapaq Ñan que controlaba el ingreso y salida de personas y productos del Collasuyo.

Miles de personas también llegaban a Cacha porque era un lugar de culto a Wiracocha, el “hacedor” que sostiene dos báculos en La Puerta del Sol y la Estela de Raymondi, una divinidad que comparten quechuas y aymaras. La reciprocidad con Wiracocha se habría realizado en el edificio principal, una cancha de 92 m de largo por 25 m de ancho cubierta por un techo a dos aguas que, en lo más alto, medía 15 m. Garcilaso de la Vega vio los restos del edificio hace casi 500 años, así que puede dar una mejor descripción: “Era de cantería pulida, de piedra hermosamente labrada, como es toda la que labran aquellos indios. Tenía cuatro puertas, a las cuatro partes principales del cielo; las tres estaban cerradas, que no eran sino portadas para ornamento de las paredes.”

De todo ello solo queda la larga pared central de piedra y adobe que sostenía el techo donde aún se observan los marcos de puertas y ventanas que comunicaban a los dos grandes espacios techados del edificio. Gruesos pedestales de piedra redondos se repiten paralelos al derruido muro y no son sino los restos de singulares columnas que sostenían el techo y el segundo piso que “estaba enlosado de unas losas negras muy lustrosas” según Garcilaso. Los cronistas coinciden en que había una imagen que representaba a Wiracocha o a otro personaje. Para librarse de la extirpación de idolatrías y demostrar que su religión era una versión del catolicismo (y así a acceder a otros privilegios), los indios sostuvieron que esa imagen representaba al apóstol San Bartolomé, quien habría predicado la palabra de Cristo en el Tahuantinsuyo mucho antes que los hispanos.

Los miles de peregrinos, miembros del ejército y mitmacuna que llegaban a Cacha se hospedaban en Raccay Raccay, un complejo de habitaciones a un kilómetro del edificio principal y Chasqui Wasi, otro espacio de hospedaje. Las llamas dormían en los corrales esperando a los viajeros que regresarían a sus ayllus luego de homenajear a Wiracocha o que llevaban preciados cargamentos hacia otras huacas. Muchos iban con sus carpas y usaban los servicios del complejo para sus necesidades alimenticias que eran cubiertas por el Tahuantinsuyo. Las cientos de colcas de Cacha no solo almacenaban alimentos deshidratados y granos como la quinua y la kiwicha, sino también porras, lanzas, hondas y otras armas que usaban los ejércitos incaicos; toneladas de lana de colores proveniente de los hatos de alpacas que pastaban en la Meseta del Collao, y abundante oro de 23 kilates del opulento valle de Carabaya, entre otros insumos que servían para mantener una constante reciprocidad con esa zona.

Los administradores y sacerdotes del complejo vivían cómodamente en un edificio de doce pares de habitaciones simétricas. Ellos eran los primeros en disfrutar de los baños ubicados hacia el este, un sistema de fuentes o pacchas por el que aún corre cristalina agua que debió haber refrescado al mismísimo Inca. Muy cerca de allí hay un ushnu que marca el camino hacia el volcán apagado Kinsachata, donde se realizaban ceremonias y sacrificios en cada fecha importante.

Durante el virreinato el lugar fue huaqueado innumerables veces, tal vez por ello hicieron la iglesia de dos torres y la plaza central de Racchi que tiene incrustada una maciza cruz de piedra, a un lado del monumento. Las colcas y los barrios que alguna vez fueron usados por la élite incaica fueron corrales y depósitos de lana durante siglos, sin embargo, esa pared central que hoy admiran miles de turistas resistió más que muchos muros de piedra maciza del Tahuantinsuyo. Rodeado de andenes y campos de cultivo es un lugar mágico: “El templo de Wiracocha se yergue en plena llanura, abierto en una atmósfera dilatada, a sol lleno y en ansia de horizontalidad,” decía el maestro Uriel García a comienzos del siglo XX y es una suerte que esa sensación aún pueda percibirla el visitante.

Cómo es

A 125 km al sur de Cusco. Unos kilómetros antes de Sicuani (3 h aprox)
Buses desde la cuadra 16 de la avenida La Cultura, o en la cuadra 10 de Huayruropata. Desde 7.50 soles.
Ingreso al complejo de Racchi: 10 nuevos soles.

FOTOS

Foto 1: El templo de Viracocha está en San Pedro de Cacha, provincia de Canchis.
Foto 2: Racchi es una parada obligatoria para el que va hacia Puno.
Foto 3: El sonido del agua se percibe desde el ingreso a Racchi.
Foto 4: El barrio de la élite era simétrico y dual siguiendo los estándares incas.
Foto 5: La vida continúa alrededor del complejo.
Racchi Cusco
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