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Ayabaca, el páramo de los hechizos

El Toldo no es Comala ni Juan Merino es Pedro Páramo, pero en esta alejada tierra de Ayabaca, a un paso de Ecuador, los muertos también hablan. Juan Merino no los ha visto, pero los ha escuchado. En las tardes de invierno, cuando la niebla cubre los caminos en las alturas y el viento helado estremece el cuerpo, Juan Merino ha oído sus voces. Los brujos ‘maleros’ los convocan para hacer daño o amarrar corazones, y luego, los chamanes buenos los vuelven a invocar para que los ayuden a romper hechizos y desatar esos amarres. Pero estas sanaciones, asegura convencido Juan Merino, no serían posibles sin una laguna de extraña belleza.

Desde El Toldo, brujos y chamanes caminan junto a sus seguidores durante más de ocho horas por un intrincado sendero que los lleva hacia el corazón de los páramos de la comunidad campesina de Samanga, donde está la laguna Prieta. El peregrinaje tiene un solo propósito: rezarles y ‘fumarles’ a las “mágicas y curativas” aguas de la laguna. En estas tierras –a las que El Toldo y Juan Merino pertenecen– el páramo no es solo un lugar, es un centro ceremonial. “Allí ocurre de todo”, dice Juan Merino, el hombre que afirma con miedo que a la laguna Prieta jamás se la debe mirar de espaldas. El agua es sagrada.

UNA LAGUNA QUE INTIMIDA
Arriba, en los páramos, la niebla se desliza como si tuviera vida propia; baja desde los cerros y su aliento enfría lo que toca. A un costado de la laguna el viento resopla fuerte y arrastra las aguas negras y turbulentas. Don Juan Sánchez, poblador de El Toldo, ha visto cómo en invierno el aire forma incluso remolinos. La primera vez que él llegó a la zona no logró siquiera acercarse al agua.

“El viento me botaba, intenté llegar gateando, pero tampoco pude, cuando uno va tiene que acercarse con mucha fe”. La Prieta es esquiva con sus visitantes primerizos. La mujer que regresó de Ecuador con sus hijos porque extrañaba su tierra, Doris Ortiz Torres, recuerda que en sus 42 años ha subido una sola vez a la laguna y jura que jamás volverá. “Solo recuerdo que cuando llegué estaba muriendo, son demasiadas horas de camino”.

Doris sonríe cuando cuenta que la altura le chocó y que sus piernas le temblaban. Si los chamanes tardan ocho horas en llegar a laguna Prieta, un extraño lo hace en 12 o tal vez 14 horas de intensa caminata desde El Toldo, a tres horas de Ayabaca. Doris reta a la laguna: mucha gente le pide cosas, pero a veces no sé si sea verdad que las cumpla.

Quien sube y baja de los páramos con frecuencia y porque forma parte de su trabajo es don Régulo Cueva, chamán de El Toldo. “Se hace la sesión durante toda la noche en mi casa, se bebe el ‘sampedro’ y al día siguiente, a primera hora, subimos a la laguna para la mesada, la ofrenda”. Hace 40 años que realiza estos rituales chamánicos, pero recién hace dos aparecieron sus dudas teológicas.

“Un cura me explicó que no debía tener miedo por invocar a los poderes de la laguna, ya que esta es una obra de Dios”. Desde entonces, cuando sube a la laguna, don Régulo no solo bebe ‘sampedro’ y escupe valeriana, lleva también agua bendita. “Solo hay que tener fe, mirarla de frente, nunca de espaldas, la laguna lo toma como una ofensa”.

VÍNCULO ANCESTRAL
La relación de las comunidades de la sierra piurana –Ayabaca y Huancabamba– con las lagunas de los páramos es ancestral. Los habitantes de El Toldo y Espíndola, el poblado vecino, aún hoy diferencian a las enfermedades de Dios de las del mal. Con las primeras visitan a los médicos; con las segundas, las más frecuentes y agresivas, acuden a los chamanes y a las lagunas. No hay nada que una sesión con ‘sampedro’ no pueda resolver en Ayabaca.

“Los rituales chamánicos son muy importantes en la vida diaria de la población de Ayabaca y Huancabamba y forman parte de su identidad cultural”, explica el antropólogo piurano Julio Vásquez. Pero no solo es cuestión de fe, también hay miedo y respeto. “La gente cree que la laguna se pone brava cuando alguien sube con mala intención”.

El difícil acceso a la laguna Prieta y los páramos ha garantizado su conservación. A diferencia de Las Huaringas, donde los suelos están degradados porque chamanes y fanfarrones llegan a pedir favores, la Prieta y sus alrededores son espacios detenidos en el tiempo. “Quisiéramos que más gente venga y conozca este lugar, estamos organizándonos para hacer un circuito turístico”, dice Juan Merino, agricultor, ganadero y novato guía que ha acondicionado su casa en Espíndola para recibir a cuatro visitantes.

La comunidad campesina de Samanga, con el apoyo del Instituto de Montaña (IM), desarrolla un proyecto que impulsa un corredor turístico desde El Toldo y Espíndola hacia los páramos. Lo que movilizó a los samanguinos fue la incertidumbre. “Se han entregado concesiones mineras a Newmont en la zona de los páramos, no queremos que el agua desaparezca, es lo único que tenemos”, se preocupa Juan Merino. Para la investigadora Gabriela López, del IM, el asunto es delicado: “Se están entregando concesiones en las cabeceras de cuenca, que son las zonas que alimentan de agua a las ciudades, es demasiado riesgoso porque se amenaza la disponibilidad futura del recurso”.

UN BANCO DE AGUA
Pocos lo saben, pero el agua que abastece a Piura proviene de los páramos de Ayabaca y Huancabamba. Al no tener glaciares, el agua que llega a las ciudades es la que los páramos liberan de a pocos. El páramo es como una esponja: absorbe la lluvia y la almacena en el subsuelo. Miguel Gaona, un ex cazador de venados, es uno de los más entusiastas con el proyecto. “Extraño la carne de venado, pero no he vuelto a cazar más, ahora solo veo de lejos a los animales con los que uno se encuentra cuando va a la laguna, hay osos de anteojos, que son los más difíciles de ver, venados, armadillos, cóndores andinos”.

A cinco minutos de Espíndola está Jimbura, el primer poblado ecuatoriano. A diferencia de El Toldo, está más consolidado. Los hijos de Samanga migran a este y otros lugares de Ecuador. “Nosotros quisiéramos que se queden aquí, por eso nos estamos organizando”, dice Merino. Sus pedidos han sido encomendados a las bondades de la esquiva Prieta.

Por: Nelly Luna Amancio, El Comercio